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La segunda pandemia

“Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín”. Así empieza “La canción del pirata”. Muchos se sentirían orgullosos de pertenecer al bajel El Temido, tantos como los que no creen en los daños que provoca la nueva enfermedad. Para las teorías de la conspiración, los sanitarios pasamos de colaboradores a ignorantes según el día. Ignorantes que perdemos días en explicar las consecuencias de negar lo evidente. Hoy no hablo de negacionistas (que no creen en la pandemia) sino de ignoracionistas, que obvian las consecuencias de sus actos con argumentos como: “Que la vida continúe”.

Son incontables las protestas de los negocios arruinados, personas en ERTE o incluso finalizaciones contractuales. Junto a los conflictos sanitarios, las secuelas son la parte visible de la pandemia. Cada imprudencia es un incentivo a que todo continúe. Mientras los pacientes ingresados disminuyen, aumentan las conductas de riesgo; una proporcionalidad inversa que funciona de forma matemática.

Con el turismo cerrado, toque de queda y aforos reducidos, se propagaron las fiestas clandestinas y afloraron negocios que hacen más esfuerzo por no ser “pillados” en trampa que por no hacerlas. Solo molestan las sanciones económicas, pero hay quien asiste a manifestaciones pidiendo soluciones para su negocio cuando es parte del problema. No es la mayoría, ni siquiera una gran muestra, pero si unos pocos incumplen, cierran todos. Y son muchos tipos de negocio, no solo la hostelería.

La pandemia no es solo un problema económico. Comprende conflictos sociales y sanitarios, directos e indirectos: retrasos quirúrgicos, mal acceso al servicio sanitario, atención telefónica… Y, especialmente, secuelas psicológicas o carencias en el desarrollo infantil por falta de juego en la calle, de convivencia familiar y de actividades en grupo. A su vez, encontramos padres y abuelos con alto nivel de estrés, depresiones que no terminan de finalizar, gente que ha sufrido aislamiento y acoso de sus vecinos por ser COVID positivo.

No encuentro una fórmula mágica para concienciar a la gente de que la mínima aportación individual hace más que las grandes medidas restrictivas. La segunda pandemia es el reflejo de una sociedad detenida en un carpe diem egoísta, en una mala interpretación del pirata: “Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí”. Volviendo a Espronceda, necesitamos más responsabilidad sanitaria, sin tanto politiqueo; una colaboración de la sociedad como equipo: “Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor”.

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