Sin hacer juicios de valor, sin dar mi opinión personal y evitando la politización, llega la hora de entender cada cuestión, su postura y por qué se pide. La eutanasia es un tema muy delicado como para ser tratado con la frivolidad política a la que acostumbramos, pero desgraciadamente, se está haciendo de nuevo.
Digo de nuevo porque recuerdo que allá por 2008 tuve un profesor en el instituto en contra de los cuidados paliativos. Hizo una campaña de copia y pega del cartel de un partido político, nada diferente a lo que ellos decían en contra. Según él, “se abandona a los pacientes”. Una frase que demuestra que no entendemos el concepto de vida-muerte y que resulta un insulto a los profesionales sanitarios, porque, al final, siempre acabamos siendo el instrumento con el que se formula el insulto.
Un compañero me dijo en abril de 2020 que “claramente en España nos falta mucha cultura sobre la muerte”. Es una realidad, nos hemos acostumbrado a batir el récord de esperanza de vida mundial sin entender sus consecuencias. Aumentar la edad promedio de defunción hace que no comprendamos qué es la ancianidad. A veces oigo en el hospital frases como “falleció joven, solo tenía 86 años”, o como “fíjate que fue de un día para otro, quién iba a pensar que moriría, tenía 93”. Ese es el reflejo de no comprender que no es algo tan extraño. Lo extraño es que alguien llegue a los 100 años de vida, porque la esperanza en España es de 83 años (esperanza de vida más alta en todo el mundo en 2019). Puede ser habitual sobrepasar los 85 años, aunque no sea exactamente natural.
Hay casos y casos, es cierto, pero al aumentar la esperanza de vida disminuye la calidad de la misma, eso es irrebatible. Lo normal es que aumenten las enfermedades y se hagan más difíciles de tratar, hasta que llega un momento donde hay que decidir entre una vida artificial o un fin natural. Nos falta cultura desde el momento en que no asimilamos que un anciano pueda llegar a su fin mientras lo mantenemos con vida para satisfacer nuestras necesidades afectivas. Una vida con 10 medicamentos, consultas médicas continuadas, demandas de atención sanitaria de urgencia e ingresos prolongados que solamente aplazan algo que llegará.
Los cuidados paliativos llevan años tratando de disminuir el sufrimiento del paciente en ese fin, de ahí su nombre. Cuando llegar el punto final, hablamos de medidas de confort. Lo que haga falta para que no esté inquieto, que no sufra. A veces prolonga el tiempo de vida, otras se acorta, pero ninguna de ellas es su objetivo. Exclusivamente el bienestar.
La eutanasia, en el mismo contexto, pretende finiquitar un sufrimiento excesivo. Aunque el fin sea el mismo, los medios distan un poco. Es difícil de valorar cuál es el momento óptimo y por ello es necesario que su legalización sea regulada. Decidir cuándo aplicarlo, debe ser consensuado por un equipo sanitario multidisciplinar, por gente experta en la materia. Sin embargo, se deben atender también las expectativas del paciente. Porque cuando se cumplen los criterios y solamente necesita el medio, pero no el acto, no hay mucho que debatir. Ahora, entra en otro juego si la parte práctica debe realizarla el personal, aunque se sobreentiende que será posible la objeción de conciencia.
Como decía antes, ya los cuidados paliativos generalmente acortan per se la vida del paciente. A veces por finalizar una terapia agresiva curativa que no tenía el efecto deseado y mantenía una vida sin calidad; otras, porque la medicación para el confort acaba dejando mella en el organismo hasta intoxicarlo. De ese acto a la eutanasia, hay una fina línea que puede llegar a confundirse, o incluso encontrarse sin quererlo. Por eso me extraña tanto que haya tanto personal sanitario poniendo trabas a una ley que permite, pero no obliga, que ya se acercaba y acechaba, aunque no tenía la intención. Pero eso demuestra que su mente no piensa en la realidad actual sino en la politización de la misma.
Se ha conspirado desde partidos que se hacen llamar éticos y católicos, esos que en sus filas mantienen racismo, xenofobia, discriminaciones cavernícolas variopintas y una larga lista de pecados que Jesús condenaría, pero no lo hace la Santa Iglesia que les apoya. Hablan de una intención de amortizar pensiones, como si el personal sanitario fuésemos sicarios a sueldo de la administración; repito que la ley permite, no obliga. Porque al elegir entre comunismo o libertad, nos percatamos que los verdaderos comunistas son quienes votaban en contra del divorcio, matrimonio homosexual y no hablemos de la adopción del colectivo gay. La misma gente que decía que se iba a obligar a hacer aquello que ahora practican libremente a pesar de sus alegaciones.
El resultado de la eutanasia en otros países ha resultado igual al del resto de derechos que hemos ido logrando. Es cierto que aumentan los casos, por cuestión matemática. Igual que en 2015 no había casos de COVID, no había muerte asistida, por tanto, no se puede comparar un dato con un año en que algo no existe. Al paso de los años no se observa esa liquidación por rebajas del papá estado porque volvemos a la base, tiene que ser solicitado por el paciente consecuente o su familia. Dentro de 10 años nadie recordará esta ley como un éxito sino como rutina.
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