La vacuna contra la COVID-19 lleva algo más de un mes entrando en los brazos españoles sin generar incidencias mayores a las habituales de cualquier vacuna. Algunos medios hicieron del dolor postvacunación una tragedia, como si fuera la primera vez que un pinchazo duele. Hace escasos días que me vacuné en el hospital y no se ha cumplido el presagio. Aún no me han instalado Windows en el cerebro ni tengo más cobertura en el teléfono móvil. Seguiré esperando por si los argumentos negacionistas surten efecto.
Desde hace más de un mes ya se anunciaba la famosa vacuna y, por supuesto, seguían las críticas contra toda medida tomada para disminuir los daños colaterales de la pandemia. Por desgracia, los mismos que reniegan de la vacuna quieren suprimir todas las restricciones, pero a la vez exigen que no existan defunciones. Todo en demostración de que no es un argumento fundamentado más allá de restar a la sociedad. Últimamente no depende siquiera de siglas políticas, sino de actitud ante la vida.El problema del nuevo planteamiento es que, no por mucho vacunar, se retiran las mascarillas más temprano. Haber pasado la enfermedad no garantiza la inmunidad más allá de unos meses y, alcanzar la inmunidad mediante la vacunación, es difícil. Difícil porque precisa una alta vacunación en un periodo breve. Pero este no va a ser el caso, hay gente que no quiere y tampoco hay suficientes dosis. A medida que se van aprobando las diferentes vacunas, se va logrando abarcar más población, pero el ritmo sigue siendo lento.
Inmunizarse tiene como fin no padecer la patología o sufrirla en una forma leve, pero no evitará la transmisión sin el resto de medidas. ¿Por qué vacunarse entonces? Por la necesidad de reducir la enfermedad hasta dejarla en la mínima expresión, disminuyendo todos los daños colaterales, la segunda pandemia. Mantener las medidas preventivas disminuyen las posibilidades de contagiar y ser contagiado. Así, el efecto de la vacunación es más rápido y exitoso. Así se podrá llegar un día a un número de casos activos cercano a cero.
Para aliviar el desastroso 2020 y hacer del 2021 un año de sonrisas, no podemos dejar de lado los malos recuerdos de la pandemia para evitar los errores pasados. Ya lo decía Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
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