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COVIDAD

Que la pandemia dio un respiro pre-Navidad es una evidencia clara de que las medidas que hemos adoptado los meses atrás causaron efecto. No quiero centrarme en si prontas o tardías, si más o menos acertadas, pero poco a poco van encontrando un lugar que las justifica, al menos a la mayoría.
Analizando los datos pandemiales de Europa y las medidas que han enfrentado, deja claro que los partidos de fútbol no son lo único en lo que empatamos, al menos si se juega limpio y se contabiliza todo igual. La estadística tiende a cumplirse, aunque tarde, aunque nos aporte malos datos, pero alcanza su punto común. El olvido del miedo ha hecho que poco a poco veamos un ascenso de los casos positivos que no requieren asistencia sanitaria, pero, consigo, también aumentan los que sí la requieren. Estaba claro que si dependía de nosotros, iba a ser difícil controlarlo. ¿Dónde ha quedado la responsabilidad individual?

El villancico de Miliki decía “vamos a celebrar la familia en el hogar” y así ha sido, pero no solo en el hogar. Días antes de la lotería salía en prensa una nueva fiesta de estudiantes en Alicante, mismo lugar donde poco antes tuvo que intervenir la Policía Nacional. Una colección de imprudencias que, de seguro, han dado sus frutos en las reuniones familiares con nueces, peladillas y un poquito de champán.

Después nos echamos las manos a la cabeza cuando vemos las cifras, criticamos su efectividad, criticamos al político que ha decidido establecerla en un acto de desesperación. Es más fácil protestar que intentar cumplir.

En estos días nuestro hospital ha visto un aumento de pacientes que nos hace recordar a los inicios en marzo. ¿Era necesario? No. ¿Era evitable? Sí, pero hay que intentarlo. No pueden vivir con miedo tantas familias para que otras tantas decidan que no es el momento de tomarlo en serio. Porque antes nos creíamos inmortales por eso de que “solo afectaba a los ancianos”, pero el tiempo dijo que no, y lo dijo hace varios meses.

Rubén Darío lo tenía claro con esa expresión que ahora es tan común: “Juventud divino tesoro”. Esa que se va para no volver. Porque el tiempo perdido es irrecuperable, porque no se puede volver atrás. Porque son esfuerzos que, en ocasiones, no tienen un resultado positivo. Lo peor de todo, lo que más suscribo del poema en este momento es que hay veces en que tienes que alzar la cabeza y seguir trabajando, pero otras te derrumbas: “cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.

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